En contra de la sobreprotección
La sobreprotección ha creado una generación de cristal que está sufriendo más en tiempos de paz que nuestros antepasados en tiempo de guerra.
Cuando mi abuelo tenía 18 años le tocó participar en la guerra civil española. Mi abuelo tuvo la suerte de que era un tipo duro ya desde muy joven. El jefe del pelotón lo veía cómo uno de los hombres más rudos y competentes del grupo, alguien en quien se podía confiar para lograr lo que había que lograr.
Después de un tiempo se unió al pelotón otro muchacho joven, totalmente inseguro y cuando las cosas se ponían feas aterrado. Mi abuelo lo tomó bajo su ala, lo ayudaba, lo apoyaba, lo calmaba. El jefe del pelotón empezó a notar esta situación y vio cómo el muchacho más joven se volvía dependiente y perseguía a mi abuelo constantemente.
El jefe sabía que esta situación no podía continuar. No solo el joven inseguro estaba captando la atención y preocupación de uno de los mejores hombres del grupo, si no que tarde o temprano el joven tendría que enfrentar una situación sin ayuda y moriría si no podía hacerlo.
El jefe llamó a mi abuelo y tuvieron esta conversación:
Jefe: “Fermín, ¿Sabes ese chico que te sigue a todos lados? Vas a ir ahora mismo y vas a darle un par de puñetazos, vas a revolcarlo por el piso y te vas a ir sin decir una palabra”
Abuelo: “¡Que! Señor Juan está aterrado, soy lo único que lo mantiene, si hago esto no podrá seguir”
Jefe: “¡Es una orden y tienes que cumplirla! Verás que al final es lo mejor para ti, para mí y para Juan. ¡Es duro, pero se tiene que hacer y se tiene que hacer ya! Tiene que volverse fuerte lo más rápido posible para sobrevivir”
Abuelo: “No puedo hacerlo, manda a otro”
Jefe: “Te estoy mandando a ti porque eres su amigo, ya hay varios compañeros que detestan su cobardía y no se detendrán. ¡Ve a hacerlo o recibirán una paliza peor los dos!”
Y bueno. Mi abuelo tomó valor, camino hacia a su amigo, que levanto la mirada con una sonrisa al verlo llegar, y le dio una buena tunda. Mientras lo golpeaba y empujaba Juan empezó a llorar y a gritar que no entendía que pasaba, a implorar que parara. Mi abuelo termino y se fue dejando a Juan sangrando en el lodo (aunque tuvo cuidado de no hacerle ningún daño serio.).
Durante esa noche el hombre tembló y lloró desconsolado. Toda la noche. Mi abuelo a unos 10 metros de los quejidos tampoco pego un ojo.
Al otro día el pelotón prosiguió su marcha y Juan caminó meditabundo e ido, solo, pero caminó. En menos de un par de días se había acostumbrado a la idea de que nadie cargaría con su peso, empezó a hacer lo que tenía que hacer sin pedir ayuda a nadie y se volvió un buen soldado. No volvió a hablar con mi abuelo quien por circunstancias de la guerra terminó luchando en otro pelotón.
Muchos años después de la guerra mi abuelo se encontró a Juan en la calle. Este se le acerco a mi abuelo y le dijo “Gracias por la paliza que me diste ese día, era justo lo que necesitaba”. Le dio la mano y se fue.
En el pasado he hablado de la antifragilidad. Lamentablemente este concepto ha sido olvidado por la mayoría en los tiempos modernos. La idea es simple, un poco de estrés, caos, dolor o daño estimula a algunas cosas y las vuelve más fuertes. Algunos ejemplos: tus músculos, tu sistema inmunológico, tu piel, tú.
Evitar el peligro en exceso nos impide fortalecernos. Y cuando sobre protegemos a las personas que apreciamos también los debilitamos. Esto nos lleva a hacernos la pregunta ¿Qué nivel de riesgo es el adecuado? ¿Cuánta exposición? ¿Cuánto dolor?
Debemos recordar que todo se rompe. Lo frágil, lo robusto, lo antifrágil, nada es indestructible. Si el estímulo es demasiado grande todo se puede romper. La historia de mi abuelo y su amigo es un caso extremo y arriesgado. El golpe fue brutal, por suerte Juan pudo soportarlo, pero cabía la posibilidad de un suicidio o una venganza. Situaciones extremas requieren medidas extremas, el jefe del pelotón tomó el riesgo y le salió bien.
Siempre debes evaluar que golpes se pueden soportar, que tan lejos puede llegar el individuo. Por ejemplo, los casos más comunes de sobreprotección ocurren con los niños. Esto se debe a que los niños pueden soportar menos que los adultos, pero la única forma de que se vuelvan adultos fuertes es empujando con cuidado sus límites.
Puedes querer proteger a tus seres queridos, pero protegerlos para siempre es imposible. En algún momento no estarás, en algún momento conocerán la realidad del mundo. Protegerlos no basta, tienes que ir volviéndolos más fuertes. Protégelos de lo que no pueden soportar, pero ve exponiéndolos poco a poco a lo que sí.
El biólogo Bret Weinstein tiene una frase sobre la crianza de hijos que me pareció muy buena: “Que uno de mis hijos tome un riesgo donde se puede fracturar una extremidad está bien, si es más de una extremidad lo que está en riesgo, no”. Bueno un poco brutal, incluso para mi gusto, pero entiendes la idea.
Básicamente, no permitas nada que ocasione un daño permanente, pero si el daño es solo algo de dolor físico o emocional en el corto plazo, el riesgo vale la pena. O ganas o sufres y aprendes.
Exponte, arriésgate y deja ir un poco más libres a los que amas. Volvernos suficientemente fuertes para afrontar el peligro es posible, evitar el peligro toda la vida es imposible.
Ya basta de sobre protección. No somos de cristal.
Excelente.